Y yo te siento temblar en el pasto,
tocando el frío audaz que desprende el rocío.
Tu rostro terso y
brillante
Vislumbra un nuevo amanecer a la orilla del río
Solitario y sereno
tu cuerpo
Adornado de luces
doradas
Busca refugio seguro en la tenue piel
que se levanta en las torres de mi espalda.
Te siento pájaro cantor a la tibia alba del
amanecer.
Tus finos dedos de cristal recorren impacientes
las dos montañas que se elevan en mi pecho.
Y mi cuerpo de sirena
Se pierde en tu ancho y espeso océano de versos dulces,
Navego libre en
el mar de sueños primitivos
que se desgarran de tu inconexo e inconfundible nombre.
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